8 de agosto de 2012

Todo cuesta.

Cuesta tanto cambiar de camino que duele. Como si nos aprisionaran el corazón, como si ese cambio fuera sólo para mal y que podemos arrepentirnos fácilmente. Pero es lo único que nos queda. Y más cuando sabemos que el camino en el que estamos se está mojando, y cuesta dar cada paso porque nuestros pies se hunden en el barro. Porque sabemos que ese camino no nos lleva a ningún destino, o más bien nos lleva a un destino no deseado.
Esta vez no es sólo la mente la que quiere cambiar, sino también el corazón. Y cuando éste decide cambiar de camino, no se debe esperar.